La Corte Constitucional de Colombia ratificó la constitucionalidad de la Ley 2385 de 2024, conocida como “No más olé”, que marca un punto de quiebre en la historia cultural del país. Con esta decisión, las corridas de toros, novilladas, becerradas y rejoneo desaparecerán definitivamente en 2027, tras un periodo de transición de tres años.
El fallo, con ponencia del magistrado Miguel Polo Rosero y aprobado por unanimidad, también eliminó la exclusión que protegía a otras manifestaciones populares. De esta forma, las corralejas, el coleo y las peleas de gallos quedarán igualmente proscritas a partir de la misma fecha, obligando a comunidades enteras a replantear prácticas que durante siglos fueron vistas como parte de la identidad y el folclor colombiano.
Un golpe a la “culturalidad”
La Corte fue clara: el amparo constitucional debe priorizar la protección de los animales como seres sintientes por encima de los argumentos de tradición. Con esta decisión, el tribunal desmontó la idea de que estas actividades puedan seguir amparándose en la diversidad cultural.
“Esta norma aporta a una transformación cultural mediante la prohibición de espectáculos que socavan la integridad de formas de vida no humana”, recoge el texto aprobado.
Organizaciones taurinas y defensores de las corralejas alegaron que la medida afecta libertades individuales, la propiedad privada y las economías locales que dependen de estos eventos. Sin embargo, la Corte desvirtuó dichos argumentos al señalar que la ley no implica expropiación, no impone cargas fiscales directas y, en cambio, abre un espacio de reconversión laboral y cultural.
El toro de lidia y el futuro del campo
Una de las preocupaciones más repetidas por ganaderos es el destino del toro de lidia, cuya crianza está ligada casi exclusivamente a la tauromaquia. Frente a esto, la Procuraduría aclaró que la norma no prohíbe la cría de estos vacunos, sino su uso en espectáculos que generen “sufrimiento animal”.
El debate sobre si esta raza puede reconvertirse a otros fines, como la ganadería de carne o la conservación genética, queda abierto en un país que deberá encontrar alternativas para no perder un patrimonio zootécnico de siglos.
Impacto cultural y social
Colombia es un país donde las tradiciones ligadas a animales han sido parte de las celebraciones patronales y populares. Las cabalgatas —que en un principio estuvieron incluidas en la prohibición, pero finalmente fueron exceptuadas—, las peleas de gallos y las corralejas han sido escenarios de identidad colectiva.
No obstante, para la Corte, la cultura no puede justificar el dolor de los animales. “El respeto a los seres sintientes y la proscripción del sufrimiento innecesario y arbitrario se revela como un fin constitucional imperioso”, expresó el defensor delegado Aquiles Arrieta en su concepto.
Esta postura, sin embargo, deja a muchos sectores con la sensación de un vacío cultural. Municipios donde las corralejas marcan las fiestas patronales, o regiones donde los gallos de pelea son símbolo de tradición campesina, deberán reestructurar sus celebraciones en los próximos tres años.
Una victoria animalista, un reto para la sociedad
Los impulsores de la ley celebraron lo que consideran un triunfo histórico. “Se derrotó a quienes hacen apología y disfrutan de la tortura y muerte de seres sintientes”, declaró el representante liberal Juan Carlos Losada.
La senadora Esmeralda Hernández, del Pacto Histórico, afirmó: “Hemos logrado algo histórico para los animales y para la vida en nuestro país. Ganamos, la Corte Constitucional declaró exequible la ley”.
El reto ahora recae en el Estado y las comunidades: crear políticas de reconversión laboral para los trabajadores del sector, diseñar alternativas culturales que sustituyan las celebraciones tradicionales y asumir el impacto social de un cambio que, aunque histórico, toca fibras profundas de la identidad nacional.
Una Colombia sin toros ni corralejas
En 2027, Colombia bajará el telón de la tauromaquia, las corralejas y las peleas de gallos. Con ello, no solo desaparece un conjunto de espectáculos, sino un capítulo entero de la historia cultural del país. La tauromaquia es arte y rito, y ahora será reducida al silencio por una corriente animalista que ha decidido imponer una sola visión: la de la prohibición absoluta.
El trasfondo de estas decisiones va más allá de la protección animal; lo que se extingue también es una parte del patrimonio inmaterial de generaciones que encontraron en estas prácticas identidad, arraigo y tradición. Al tacharlas de “maltrato” sin matices, se desdibuja el valor simbólico, artístico y cultural que tuvieron durante siglos.
Hoy, Colombia se suma a una ola global que pretende borrar de un plumazo todo aquello que incomode a la sensibilidad contemporánea, sin abrir un debate profundo sobre alternativas que permitan conservar lo cultural sin negar la dignidad animal. El dilema no es menor: ¿qué queda de un pueblo cuando se le arrebata lo que durante siglos lo definió como comunidad?
Entre el aplauso de los sectores animalistas y la sensación de orfandad cultural de quienes defienden estas tradiciones, el país entra en un terreno incierto: una transformación que no solo modifica leyes, sino que amenaza con romper el delicado vínculo entre pasado, identidad y memoria colectiva.