Por Lu Llanos
En un país donde la tauromaquia despierta pasiones y rechazos con idéntica intensidad, era difícil imaginar que una serie pudiera abordar el tema sin caer en el maniqueísmo. Sin embargo, La Suerte, la nueva producción española de Disney+ creada por Paco Plaza y Pablo Guerrero, lo logra. No es una historia sobre toros, sino una reflexión sobre la condición humana, la amistad, el miedo y la lealtad, con la lidia como un telón simbólico más que literal. El argumento parte de un encuentro fortuito: David (Ricardo Gómez), un joven taxista antitaurino y en crisis vital, termina trabajando como chófer de Rafael Baeza, “el Maestro” (Óscar Jaenada), un torero en decadencia que ve en él un amuleto de buena fortuna. A partir de ahí, se despliega un viaje que atraviesa carreteras, silencios y contradicciones, sin mostrar jamás una corrida de toros. Plaza y Guerrero eligen lo sugerido antes que lo explícito, transformando el ruedo en metáfora de algo mucho más universal: la lucha constante con el miedo, la precariedad y el destino.
A primera vista, La Suerte podría parecer una comedia de enredos sobre dos opuestos condenados a entenderse. Pero, conforme avanzan sus seis episodios, el relato se adentra en terrenos más profundos. Los toros son apenas el reflejo de un país que vive en constante contradicción: tradición y progreso, pasión y culpa, miedo y coraje. Rodada en 16 mm, la serie tiene una textura nostálgica que realza su tono poético. Su cuarto episodio —filmado en blanco y negro y con formato 4:3— es una pequeña obra maestra sobre la soledad y el miedo, ese miedo que no se disfraza ni se niega, sino que se abraza como parte inevitable de la vida. Plaza, conocido por su maestría en el terror atmosférico (REC, Verónica), aplica aquí el mismo pulso, pero al servicio de una emoción más íntima y humana.
Más que una historia sobre toreros o antitaurinos, La Suerte habla de la España real, esa que existe entre la verbena de pueblo y la verbena emocional. Una España que se contradice, se ríe de sí misma y se sostiene sobre la camaradería y la fuerza de seguir adelante. El Maestro de Jaenada representa la vieja liturgia, el ritual, la superstición que roza lo sagrado. David, en cambio, encarna a la generación que observa ese mundo con distancia, pero no con desprecio. Ambos son espejos de un país dividido, que sin embargo comparte algo esencial: la necesidad de entender sin odiar.
En esa tensión —entre rechazo y fascinación— surge la verdadera “suerte” del relato: la capacidad de mirar sin juzgar, de convivir con lo opuesto sin perder la esencia. Como el toro que huye por las calles de Benidorm en uno de los capítulos más brillantes, la serie propone que la libertad también es aceptar las propias contradicciones.
Ricardo Gómez confirma, una vez más, su madurez interpretativa. Su David no necesita grandes discursos para transmitir el desconcierto de quien observa un mundo ajeno pero magnético. Jaenada, por su parte, convierte al Maestro en un ser trágico y fascinante, mezcla de orgullo y fragilidad, superstición y arte. A su alrededor, una cuadrilla de secundarios completa el retrato coral de una España viva y contradictoria: Óscar Higares, Carlos Bernardino y Pedro Bachura aportan humanidad, humor y ese tono cañí que nunca cae en la caricatura.
La Suerte no justifica ni condena la tauromaquia. La observa, la desarma y la utiliza como escenario simbólico para hablar de miedo, honor, amistad y supervivencia. En tiempos de polarización, donde todo se convierte en motivo de enfrentamiento, la serie apuesta por el matiz, por la empatía como ejercicio de comprensión, no de rendición. Porque, en el fondo, la serie no trata de toros, sino de nosotros mismos: de cómo enfrentamos el fracaso, de cómo nos aferramos a rituales para espantar el miedo, de cómo buscamos en el otro —incluso en aquel que rechazamos— una forma de reconocernos.
Paco Plaza y Pablo Guerrero firman con La Suerte una obra pequeña en tamaño, pero grande en ambición emocional. Su mezcla de comedia, lirismo y reflexión social la convierte en una de las producciones más valientes del año. Y quizá su mayor logro sea éste: que tanto un taurino como un antitaurino puedan verla y sentir lo mismo —que la vida, como la lidia, se afronta con miedo, con lealtad y con valor. La Suerte convierte la polémica en poesía y el conflicto en humanidad. Una serie que no necesita toros para hablar de coraje, ni sangre para hablar de vida. Rodada con elegancia y escrita con alma, demuestra que a veces la mejor suerte es mirar de frente lo que no entendemos.